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SIXTEEN G-OLD-FOXES
5 diciembre 2018 | 7:00 pm - 31 diciembre 2018 | 11:00 pm
Inexorablemente el tiempo pasa (¿o somos nosotros los que pasamos por el tiempo?), y marca con sus dedos invisibles las huellas visibles de su paso en la frágil materia que nos conforma, separando de ella las minúsculas partículas que, en aparente desorden, caen al suelo de la memoria constituyéndose en estratos, unos con más potencia, otros apenas perceptibles, pero todos fruto de la vida y documento de ésta, testimonios de lo que fue y es pese al discurrir de los años. El tiempo pasa, sí; pero las obras surgidas en él quedan –las partículas estratificadas-, permanecen y lo superan, y lo superan al “hacer-presente-el pasado” en el que surgieron y a los que las “hicieron” surgir.
El tiempo induce al olvido, a dejar al lado, en el camino, lo que ya no es actualidad, y sustituirlo por lo que en el momento lo es, sin tener –o caer- en cuenta que bajo la premisa de borrar lo que fue, lo que es –el momento- también dejará de serlo; y así, indefinidamente hasta agotar la cuerda que mueve al planeta.
Pero, frente a esta visión lineal/real y pesimista, se alzan las barreras de otra realidad: de la sedimentada, que aún no han sido convertidas en llanura por la erosión de los años, del tiempo. Y esas barreras formadas por las obras, impostan nombres en ellas, hablan de existencia y de prolongación, evidencian vida y actividad, y demuestran la superación de las modas cuando el producto –cuando el estrato- mantiene la solidez primigenia, y su autor responde de él sin ceder a la presión de las circunstancias temporales.
Surge de esta confrontación un juego en el que todos participamos, voluntaria o involuntariamente, al que todos dedicamos la totalidad de la existencia, y en el que debemos estar atentos para descubrir las trampas de los tahúres de turno, de los falsos y apocalípticos profetas, que niegan el pasado en aras de un supuesto “presente” aún por construir, que tratan de cubrir con el velo de “su” ignorancia lo que les resulta molesto porque todavía es actualidad, todavía demuestra su vigencia con la pátina dorada de los años, esos que envejecen y categorizan.
Y este juego del tiempo –de los años-, al que he dedicado los párrafos anteriores, enlaza –y está motivado, no hay que negarlo- con el título de la exposición, en el que los dieciséis zorros pueden ser viejos (sin carácter peyorativo, más bien refiriéndose a su astucia, a su sapiencia) o de oro (por trabajo individual o por pertenecer, aunque alguno no sea coincidente en el tiempo, a esa pléyade “dorada” y múltiple que fue previa y después contribuyó al desarrollo de la “movida” murciana), porque ambos calificativos casan a la perfección con ellos.
Al finalizar la década de los setenta, y al principio de la siguiente, la actividad artística se revitaliza. Los gestos testimoniales anteriores apenas transcienden a la sociedad de la ciudad encerrada en sus estrechos límites, o son vistos como “locuras de artistas” a las que no hay que hacer mucho caso (alguna censura, alguna expulsión de determinada sala, alguna exposición en la Plaza de la Cruz o en la verja del Jardín de Floridablanca, algún encontronazo con la crítica…); pero, en los años citados algo parece cambiar, siendo –en principio- los mismos artistas, y ese “algo” no es otra cosa que la ilusión transformada en realidad: se podía ser libre y no ocultarlo, es más, se debía manifestar a los cuatro vientos.
La oscuridad en la pintura desaparece; la escultura, aunque tímida, comienza a alejarse de la referencia de la forma reconocible; la fotografía demanda el puesto que le corresponde en el arte; la rigidez de las disciplinas se rompe, y es la intención del autor la que encuadra la obra en una u otra, o en varias al unísono; salir para ver y conocer se convierte en necesidad, en obligación, eso sí, con la mirada puesta en lo que se dejaba atrás y con la intención de volver. Nuevos tiempos y nuevos modos…, y nuevos medios y espacios para darse a conocer.
El arte –los artistas- se expande al igual que la ciudad, y atrás quedan algunos de los antiguos lugares/locales de “reunión” (La Madrileña, La Cosechera, El Yerbero…). Otros permanecen (El Garrampón, El Jesuso…), y empiezan a compartir protagonismo con El Kama, El Gris, El Continental…, ya no sólo tabernas, ahora foros en los que se discutía de lo divino y de lo humano (más de esto último) y “salas” de exposiciones abiertas a toda clase de público. Y conviene destacar que, pese a la expansión urbana, la mayoría de estos locales estuvieron en el barrio de Santa Eulalia o en su entorno, al igual que eran residentes muchos de los artistas que pululaban por ellos (por desgracia, casi todos desaparecidos: Párraga, Elisa Séiquer, Perico Pardo, Lolo, Hernández Cano, Garza…); y también, y no es casualidad, que el espacio donde se celebra esta exposición –Loft 113- se encuentre en este barrio, en la calle Santa Quiteria a escasos metros de El Garrampón, taberna testigo de su paso, de sus andanzas, de sus sueños, de sus discusiones.
José Luis Cacho, Antonio Ballester (y no voy a hablar en particular de ninguno, por no hacer excesiva la extensión del texto y por el temor, razonable, a no dedicar el mismo espacio a todos, simplemente por la proximidad que tengo con algunos de ellos), Ángel Fernández Saura, Paco Salinas, Tomy Ceballos, Joaquín Zamora, Flippy Cerezo, Paco Martínez Almagro, Manuel Portillo, Perico Gálvez, Teresa Arnal, Juanma Puche, Marcial Guillén, Chopper J. Rosales, Juan Ros Malezas y Marian Calero son (aunque con cierta diferencia de edad) testigos y exponentes del pasado hecho presente en sus obras, partícipes de una historia que continúa y hace converger los tiempos, en ese juego de los años que Mircea Eliade trató –y valga la referencia- en “El mito del eterno retorno”
“Viejos zorros”, “zorros de oro”, “zorros viejos”, artistas, en suma, que han sido reunidos -no para reivindicar su recuerdo y sí para dejar constancia de su actualidad- en este espacio plural que desacraliza el concepto de galería, y se abre sin prejuicios a lo que en verdad debe ser la cultura.
Pedro Alberto Cruz Fernández.
Colaboradores: Pedro Alberto Cruz Fernández, Estrella de Levante y Juan Gil Vinos, Acho Que Bueno, Pepe Gomez.
Muy contenta y agradecida a tantos amigos. ¡Gracias por aceptar mi invitación!